Desde hace un par de años tenía en mi estantería de “libros a leer con prioridad” una edición de bolsillo con las dos partes de “El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha” publicada por la Casa del Libro en 2004 con motivo del cuarto centenario de la publicación de la primera parte (1605).
El pasado mes de marzo, conversaba en red con mi primo Javier sobre la dimensión de la celebración del cuarto centenario de la muerte de Miguel de Cervantes (22 de abril 1616). Y en ese momento pensé: “Javi, antes de pensar en homenajes, estaría bien leer finalmente el Quijote”, así que me propuse leerlo en el algo menos del mes y medio que quedaba desde el 11 de marzo en que acabé el libro con el que estaba en aquel momento y el 22 de abril (aunque finalmente lo terminé el pasado 13 de abril (*)). Y ese, leer su principal obra, y escribir esta entrada sobre la misma, es mi homenaje personal a Cervantes.
En esta entrada no pretendo hacer un resumen ni un análisis de la obra sino sólo (1) confirmar por mi parte lo monumental de la misma: decenas de historias se van sucediendo añadiendo personajes y lugares, recreándose en historias o anécdotas paralelas, haciendo uso de multitud de figuras retóricas en una prosa cargadísima a la vez que rítmica, llena de guiños, giros y refranes, (2) compartir un par de reflexiones que me han llamado la atención durante la lectura y (3) dejar algunas frases o pasajes que me han resultado curiosos.
Los molinos. Si hay una imagen icónica de la locura de don Quijote en el imaginario popular es la de él mismo luchando contra molinos de viento creyendo que son gigantes. Mi sorpresa fue cuando vi que en toda la historia esto ocurre una vez. Don Quijote embiste a un molino. Se da en su segunda salida, en la primera aventura que tiene desde que sale con Sancho Panza (antes había hecho una primera salida en solitario). En el capítulo octavo (8) de cincuenta y dos (52) de la primera parte.
En el segunda parte, lucha contra otro molino, aunque esta vez es un molino de agua (aceña) y no va subido en rocinante, sino en una barca que queda destrozada por las ruedas del propio molino. En este caso no cree que sea un gigante, sino un castillo o fortaleza donde tienen encerrado a algún desaventurado que debe ser liberado. Esta historia del segundo molino se encuentra en el capítulo 29 de 74 de la segunda parte, me temo que sea el hecho de estar más cerca del final, lo que hace que haya recibido poca o ninguna prensa (como la mayor parte del resto de historias).
Sancho Panza. Otra reflexión viene a partir del contrapunto que supuestamente ofrece Sancho Panza a la locura del Quijote. Una vez leída la obra, me parece que en la sociedad se hace mucho hincapié en los dos estereotipos: que Sancho sea una persona cabal, racional, con los pies en el suelo, y que el Quijote sea un loco. A lo largo de la obra hay multitud de ocasiones donde es el Quijote el que ofrece juicios certeros (como ejemplo el capítulo dedicado al discurso sobre las armas y las letras), hace uso de refranes, da buenos consejos, cita pasajes de clásicos, etc. Y también en numerosas ocasiones el propio Sancho queda como necio, que es engañado con facilidad (por ejemplo por los duques, o siendo convencido por el propio Quijote una y otra vez sobre los encantamientos). Me parece que uno y otro andan a la par en cuanto a lucidez.
Algunos pasajes:
“[…] suele decirse que la alabanza propia envilece; pero mi escudero os dirá quién soy”.
“[…] andar de ceca en meca y de zoca en colodra”.
“Sábete, Sancho, que no es un hombre más que otro si no hace más que otro”.
“Ni yo lo digo ni lo pienso –respondió Sancho-; allá se lo hayan; con su pan se lo coman; si fueron amancebados, o no, a Dios habrán dado la cuenta; de mis viñas vengo: no sé nada; no soy amigo de saber vidas ajenas; que el que compra y miente, en su bolsa lo siente. Cuanto más, que desnudo nací, desnudo me hallo: ni pierdo ni gano […]”
“[…] la infinidad de dineros que allí sin provecho se gastaban, sin servir de otra cosa que de conservar la memoria de haberla ganado la felicísima del invictísimo Carlos V […]”
“[…] será mejor que nos estemos quietos, y cada puta hile, y comamos”.
“- No es la miel para la boca del asno –respondió Sancho; a su tiempo lo verás, mujer, […]” (eso es jugar con fuego)
“¿Qué diablos es esto? ¿Qué descaecimiento es este? ¿Estamos aquí, o en Francia?”
“Treinta mil volúmenes se han impreso de mi historia, y lleva camino de imprimirse treinta mil veces de millares, si el cielo no lo remedia”. (eso es confianza)
“- ¿Leoncitos a mí? ¿A mí leoncitos, y a tales horas?”
…
Y por supuesto, recomendar su lectura, “¡viva la andante caballería sobre cuantas cosas viven hoy en la tierra!”
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(*) Una referencia para el lector que se esté planteando leer el libro y, como me pasaba a mí, lo vaya posponiendo porque le parezca un muro infranqueable: la lectura de las dos partes me ha llevado unas 40-45 horas. Esta cifra es bastante ajustada, dado que he ido leyendo en tramos de 25 minutos. En cada uno de esos tramos no leía mas de 5-8 paginas (en general entre 6 y 7), dependiendo de lo densas que fueran (la edición que tengo tiene la letra pequeña, poco espacio entre líneas, no muy cómoda de leer) y lo despierto que estuviese. Esas 40-45 horas las he empleado en unos 34 días, de los cuales he debido leer en todos alrededor de una hora, excepto en un par de ellos (cenas con amigos) y algo más los fines de semana.